¡ESTOS JÓVENES!

Uno nunca sabe en qué andan.
Siempre con fachas raras, vestidos como locos, con los pelos teñidos…
Antes la juventud…
Antes ¿qué?
Pareciera natural que al envejecer, como si fuésemos simples mamíferos en manadas, se ataque a los machos más jóvenes por temor a la competencia. Entonces, la mejor idea ha sido, y parece seguir siendo, repetir las remanidas palabras de Las coplas a mi Padre de Manrique.
¡No! Ese Manrique no. Ese era Francisco Manrique el que fue Jefe de la Casa Militar de Lonardi y Aramburu, ministro con Levingston y Lanusse y candidato a la presidencia en el ‘73 por la Alianza Popular Federalista. El que en 1986 fue Secretario de Turismo de Raúl Alfonsín. Me refiero a Las coplas de Jorge Manrique, escritas allá por 1476 y que son una de las obras capitales de la literatura española, esas que dicen:
“…cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte,
tan callando;
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado,
fue mejor.”
Bien. Decía que es lo más común de todas las generaciones que al envejecer critiquen a los jóvenes porque…, porque…. ¡porque son más jóvenes, y listo!
Alejandro Colli es un muchacho como cualquier otro. Se viste informal, se tiñe el pelo, mira serio y medio de soslayo como miran los jóvenes cuando se sienten interrogados, pero en vez de andar por ahí se queda en su casa fabricando prótesis para perros.
Alejandro tiene 19 años, es estudiante de ingeniería y entendió que una forma interesante de ver la vida es a través de los ojos de los demás. De los perros, por ejemplo. Y con eso que se llama empatía, decidió dedicarse al servicio de otros. Así fue como un día armó una impresora 3D en su casa y con ella empezó a hacer cosas. Él mismo lo cuenta:
“Vi tutoriales en YouTube y la hice, era sólo para conocer de qué se trataba, nunca lo tomé como algo serio. Después me di cuenta de lo que era capaz de hacer”.
En 2017 imprimió moldes de galletitas para repostería con cuya venta logró hacerse unos pesos con los que un día empezó a fabricar prótesis para las patas de perros imposibilitados de caminar.
El costo de las prótesis es de unos $300. Pero ni eso cobra. Alejandro regala las prótesis que elabora. Por otra parte, las tradicionales, las que colocan algunas veterinarias, no bajan de los $20.000.
Ni todos los jóvenes son iguales ni todo tiempo pasado fue mejor.
Más aún. No son los jóvenes los que manejan los carteles del narcotráfico ni los que lavan los dineros provenientes de eso en sus bancos. No son los jóvenes quienes manejan la mafia de la industria farmacéutica ni los que especulan con los altísimos costos de los tratamientos oncológicos, por ejemplo, cuando sabemos que en algún lugar es muy probable que alguien ya haya encontrado la solución a un mal que cada día mata más gente.
Tampoco son los jóvenes quienes siguen usando recursos educativos del año de Ñaupa, llenándolos de informaciones, cuando no falsas al menos inciertas, en vez de ayudarlos a desarrollar valores y virtudes que tan bien les vendría a muchos de los adultos que lo único que saben decir es “¡Estos jóvenes!” como si la juventud fuese un defecto en vez de la virtud en la que fermenta la soñada posibilidad de que las cosas cambien en serio.
¡Gracias, Alejandro! Ojalá algunos adultos logren aprender de ti.
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