MANADAS HUMANAS

MANADAS HUMANAS

Desde “La rebelión de las masas” de Ortega y Gasset publicado en 1929 a la fecha, ha corrido mucha agua bajo el puente de la humanidad.

No pretendemos hacer un ensayo sociológico respecto de la cultura humana en cuanto a su condición gregaria ni a la alteración de la conducta del individuo a influjo de los factores sociales.

Patota, pandilla, banda… En los ’90 se utilizaba mucho el concepto tribus urbanas. Ahora el término más habitual es manada humana. En cualquiera de los casos se hace clara referencia a un conjunto de personas unidas en función de un objetivo que contempla algún tipo de agresión hacia personas o cosas.

Cuando se agreden las cosas se denomina vandalismo. Cuando se agrede a las personas es, lisa y llanamente, crimen.

El caso de Villa Gesell que derivó en el asesinato del joven Fernando Báez Sosa a manos de un grupo de diez inadaptados puso en primera plana un tema que va mucho más allá del luctuoso hecho en sí mismo.

Ya salieron algunos a minimizar el crimen hablando de homicidio culposo. No solo no es culposo, sino que está agravado por asociación ilícita, premeditación y alevosía.

La legislación argentina prevé la prisión perpetua como sanción máxima, contemplando una reducción a 20 años efectivos con la posibilidad de completar con libertad condicional. Robledo Puch es uno de los pocos casos que superó los 35 años contando ya con poco más de 40 en prisión.

Quizás sea momento de analizar muy seriamente si la acción “en manada” es atenuante, como algunos pretenden, o agravante, como otros defendemos.

Salvo que pudiera demostrarse de manera fehaciente que alguno fue obligado a sumarse al grupo bajo amenazas graves y en circunstancias extremas, quien se suma al grupo sabe lo que está haciendo, decide libremente asociarse a los efectos de realizar acciones que de alguna manera demuestren supremacía, destaquen el poder de ese grupo de pertenencia e instauren el temor a quienes no lo integran.

A diferencia de las tribus urbanas o pandillas marginales al estilo de las street gangs de Estados Unidos o las diversas maras diseminadas por América Latina y otras variantes europeas, las manadas observadas en los últimos tiempos podrían ser identificadas como supremacistas, basadas en el poder económico y la fuerza física desarrollada por la práctica de algún deporte, como en este caso el rugby.

¿Qué tiene que ver el rugby?

Como deporte, se basa en la habilidad para coordinar acciones y en la dominación del adversario con base en la fuerza de los integrantes del equipo. En compensación por daños infringidos al adversario, se instauró el tercer tiempo como una manera de compartir, vencedores y vencidos, un momento de camaradería que ayude a eliminar el rencor del perdedor. Por esas cosas extrañas de la vida, ese deporte viril, pero caballeresco, fue mutando. Se fue dejando el tercer tiempo. En algunos casos se convertía en una prolongación de la confrontación en la cancha, comenzaron a jurarse revanchas…

La culpa no es del rugby, así como no era de las artes marciales los enfrentamientos de las distintas escuelas más allá de los tatamis.

La culpa es de todos.

De una sociedad que ha dejado a los jóvenes ir tomando más poder y protagonismo que el que pueden manejar; de unos padres que no saben cómo poner límites; de dueños de boliches que lucran con las estúpidas borracheras de casi púberes; de adultos que permiten las previas en sus casas; de tantos y cuantos…

La culpa es de todos, pero la responsabilidad es de quienes golpearon hasta matar a Fernando.

Y responsabilidad es respuesta. Ellos deberán responder por lo que hicieron.