MENTIR ES MENTIR
No voy a decir que los niños se trauman, pero sí que los adultos instalan el valor de la mentira a partir de las suyas propias.
Por no sé qué cosa rara de las tradiciones inexplicables la tradición católica navideña tiene en los Reyes Magos del nacimiento de Jesús a un pilar fundamental de la Navidad. Tres Reyes Magos, uno negro y dos blancos: Melchor, Gaspar y Baltasar. Demasiado detalle, quizás, para lo que suele ofrecer la Biblia. La única mención aparece en el Evangelio según San Mateo, capítulo 2.
“Cuando Jesús nació en Belén de Judea en días del rey Herodes, vinieron del oriente a Jerusalén unos magos, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque su estrella hemos visto en el oriente, y venimos a adorarle. “
Solo en los evangelios apócrifos (Evangelio de la Infancia de Tomás, del siglo II) dan el número concreto de tres, posiblemente en base a que fueron tres los regalos que entregaron a Jesús: oro, incienso, y mirra. También les asignan los nombres que también llegan hasta nuestro tiempo, Melchor, Gaspar y Baltasar.
Para los armenios son los 12 Reyes Magos. Otros países simplemente hablan de "un pequeño grupo de magos".
Hasta acá, ok, no me voy a poner a discutir la validez o no de la creencia. Lo que discuto es qué tiene que ver, de qué sirve, qué aporta que se le mienta a los niños, que se les engañe con eso de que los reyes van a traer un regalito. ¿Qué alimenta la fantasía, la ilusión, la candidez…? ¿Las mismas que después van a condenar exigiendo que tengan los pies en la tierra, que no sueñen pavadas, que sigan carreras económicamente productivas?
Cuando me enteré de que mis padres me mentían (por la cruel boca de un niño mayor, como suele ocurrir) me costó creer. ¿Ellos mentirme? ¿Ellos, que me decían que no había que mentir? Con el secreto deseo de que no fuese cierto, me puse a revisar por todos lados y encontré los paquetes. Tenía cinco años y me hice el boludo. No dije nada. Pero a la mañana del 6, del esperado 6 de enero con pastitos en el piso, cuenquitos con agua, los zapatitos y toda la parafernalia, la enfrenté a mi madre y simplemente le pregunté por qué. Su cara de alegría y tonta complicidad con mis hermanas mayores (mi padre no estaba. Creo que había ido a Mar de Ajó. No sé. No lo veo) mutó en la de sorpresa. “¿Por qué, qué?”
O.B
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