SE LLAMABA FERNANDO
Carapeguá significa “lugar bajo”. Era un cruce de caminos en los que se desarrolló una antigua cultura karia mucho antes de la llegada de los españoles. Hoy es una ciudad del Departamento de Paraguarí, a poco más de 80 km de Asunción. De allí salieron hace un par de décadas Silvino Báez y Graciela Sosa, como tantos miles de paraguayos que viajaron a la Argentina a buscar un futuro más venturoso del que les deparaba la pequeña ciudad dedicada, especialmente, a las artesanías.
Con el paso del tiempo, Silvino se acostumbró al mote de “paragua” sabiendo diferenciar el tono amigo del despectivo. Hay mucha gente que trata despectivamente a su prójimo. Normalmente se refieren a su origen y le agregan, indefectiblemente, el ultrajante adjetivo “de mierda”.
Los que peor la han llevado han sido los “judíos de mierda” y los “negros de mierda”. Y quienes así se refieren pretenden ser todos rubios, blancos, de ojos claros… Aunque muchos sean morochos, pelos pirinchos y ojos tan oscuros como las miradas con que desprecian al otro.
Fernando era hijos de Silvino y Graciela. Tenía 19 años. Iba a empezar a estudiar Derecho. Y tuvo la osadía de ir un fin de semana a Villa Gesell, de ir a un boliche lindo y de manchar con vino la camisa de un rugbier.
“¡Negro de mierda!” le gritaron cuando lo agredieron dentro del boliche. Los guardias los sacaron a los que atacaban. Eran 11. Casi un team que salió amenazando “¡Ya vas a ver!”. Y lo esperaron a la salida para que vea lo que le pasa a un “negro de mierda” que osó pensar que la sociedad había cambiado, que había quedado atrás el holocausto, la discriminación, que se vivía en una tierra que prometía dar lo mejor a todo aquel que la habitara, como lo consagra el Preámbulo de la Constitución que aprendió de memoria, porque esa había sido su inspiración para estudiar derecho.
Y le gritaron “¡Negro de mierda!” cuando lo vieron. Y repetían “¡Negro de mierda!” mientras le pegaban.
Lo último que escuchó Fernando fue “¡Negro de mierda!” cuando la patada final, una patada como esa que le dan a la pelota luego del try para convertir un penal, retumbó en su cabeza.
Once inadaptados mataron a un “negro de mierda”. Junto a él murieron los sueños de Fernando, los de su novia, los de Silvino y Graciela e instalaron la pesadilla de no saber quién podrá ser el próximo.
El abogado defensor de los asesinos organizados en banda para cometer un crimen, que atacaron a mansalva y con crueldad a un indefenso, que abusaron de la superioridad numérica y fuerza física para perpetrar el ataque les sugirió que no declaren. Al ser abordado por la prensa dijo que las cosas no son tal como la cuentan y que ya se verán las pruebas en el expediente.
Mientras, un amigo de los asesinos escribió en las redes sociales: “…le manchó toda la camisa con vino ¿cómo querés que reaccionen?”
Seguramente, en algún lugar alguien dice: “No sé qué tanto bardo por un negro de mierda”.
(La próxima vez que te refieras a tu prójimo como “negro de mierda” pensá en Fernando, este chico al que le patearon la cabeza como si fuese una pelota de rugby y decidí de qué lado estás).
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